¿Radicales o estúpidos?
Ricardo Alemán
20 de noviembre de 2007
Pocos, muy pocos recordarán la arenga de Andrés Manuel López Obrador en el zócalo capitalino durante la celebración del primer año del “gobierno legítimo” que encabeza. Pero ya es un clásico de la picaresca mexicana —y quedará en la memoria colectiva— la respuesta intolerante y estúpida de un puñado de sus seguidores que por la fuerza penetraron a la Catedral metropolitana, golpearon a feligreses católicos y causaron daños menores al recinto, en protesta porque las campanas del templo doblaron cuando estaba a punto de hablar el “mesías tropical”.
En realidad se trata de un escándalo menor —por su origen y sus causas—, pero que se agiganta por el entorno político en el que se produce y por la fuerte carga de intolerancia y estupidez que lo mueve. Hoy acusan de provocación, de agresión a su causa porque, como ocurre desde hace años, una supuesta mano perversa ordenó que tocaran las campanas de la Catedral metropolitana cuando el señor “legítimo” se preparaba para predicar su verdad. Mañana denunciarán complot ante cualquier cosa que interfiera su política delirante, hasta por el “vuelo de una mosca”.
Pero nadie puede hablar de una “casualidad” o de una reacción “espontánea de la gente” frente a una supuesta agresión de esa perversa derecha que se esconde bajo las sotanas de Catedral —a pesar de que la señora Rosario Ibarra de Piedra y el señor Agustín Guerrero salgan con el cuento chabacano de que se infiltraron provocadores con la consigna de manchar el éxito de la CND—, porque todos en el PRD y muchos fuera de ese partido saben quién es el tabasqueño, de qué es capaz y cuáles son sus métodos de hacer política.
No, la “toma de Catedral” tiene la misma genética porril que la “toma de pozos petroleros”, que el “asalto al Congreso”, que el “bloqueo del corredor zócalo-Reforma” y que muchos otros escándalos propios del señor Gerardo Fernández Noroña, que al igual que su jefe sabe bien que el escándalo, el espectáculo de supuestos radicalismos políticos, que la dizque “reacción espontánea de la gente” son más efectivos que cualquier otra estrategia política. Claro, si de ganar el reflector se trata.
El “asalto a Catedral” fue un acto deliberado —y se lo pueden preguntar a cualquier perredista serio, de los muchos que conocen bien al señor “legítimo”—, que buscaba precisamente el reflector y las primeras planas. Y es que cualquiera que conoce a “Andrés” sabe que en sus eventos, sus concentraciones públicas, el señor “legítimo” no deja suelto ningún detalle y siempre tiene en sus manos los hilos para “jalar para donde le interese que camine el evento”. Y la del domingo pasado no es la excepción. Eso sí, a los ojos de todos —y sobre todo de no pocos perredistas— está claro que en esta ocasión se le pasó la mano. ¿Por qué?
Porque los integrantes del piquete de porros lanzados contra la Catedral, contra los feligreses católicos y contra el objetivo central que era el cardenal Norberto Rivera —quien por cierto, en otro hecho que tampoco es casual, no acudió a la misma dominical de la Catedral— se excedieron en su representación teatral. Se pasaron de fuerza y enseñaron que, más que un grupo radical al que mueve la defensa de una causa —que pudiera ser legítima, cualquiera que fuera su origen—, eran un piquete de golpeadores a los que mueve la estupidez a secas. Y no faltarán las voces que argumenten que un acto como ese va en contra de la imagen del señor “legítimo” y que por eso no pudo ser un acto deliberado. La respuesta no admite matices. ¿Cuántas de las decisiones de AMLO han sido sensatas?
Ya hace semanas, una turba persiguió al purpurado al salir de una misa dominical, golpearon su camioneta y lo insultaron al salir de la Catedral. Esa agresión ameritó un amago de denuncia y la advertencia de que sería cerrado el recinto católico e histórico si no había garantías para los católicos. El PRD prometió que no perseguiría más a Norberto Rivera y todos se quedaron en paz, al tiempo que el Gobierno del Distrito Federal prometió ofrecer seguridad para el cardenal.
¿Qué pasó el domingo? ¿Por qué la policía capitalina no mantuvo la guardia prometida? ¿Por qué no hubo detenidos? ¿Por qué los señores López Obrador y Marcelo Ebrard guardaron silencio? ¿Por qué debieron salir los señores de Nueva Izquierda para proponerle al cardenal Rivera un acercamiento y una tregua? La lista de interrogantes es larga. Pero resulta que en política el silencio también habla. El que calla otorga, dice el refranero. O si se quiere —en abono a otro clásico de la picaresca mexicana—, resulta que el señor “legítimo” ni los vio ni los oyó.
Claro, a los porros que asaltaron la Catedral. Hace un par de semanas dijimos aquí —luego de la aparente tregua entre el grupo radical de AMLO, Los Chuchos y el cardenismo, a propósito de la elección de Michoacán— que no pasaría mucho tiempo para que el tabasqueño sacara de nuevo los misiles, y que la celebración del primer aniversario del “gobierno legítimo” sería una oportunidad ideal para reavivar los tambores de guerra entre el perredismo. ¿Y qué es el “asalto a la Catedral”, si no un golpe contra Los Chuchos, los nuevos aliados del cardenal? Lo que vimos el domingo en no es más que un nuevo retrato de AMLO, un mural de cuerpo completo de la intolerancia y del “cero respeto” al otro.
En el camino Por cierto, los que se quejan de la censura en Televisión Azteca contra el propagandista Mandoki —cuya película resultó un fracaso en cines, pero un éxito de piratería— deben saber que el senador Santiago Creel, del PAN, también está vetado en esa televisora. ¿Por qué será?
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